domingo, 26 de agosto de 2018

Una moción al modo de una Poética de Neruda.

¡Esta luz ausente, inmersa en el tumulto!
¡Esta sombra muda hablando sin descanso! ¡Esta quietud!
¡Oh, sí, esta quietud incesante deambulando los espacios angostos de mi dormitorio sin límites!
Y este olor nocturno a no sé qué espantos, como un sumidero algo lejano,
como una sentina cegada - ¡oh, sombra de mi luz! - a la cabecera de la cama.
Y al hablar, entonces: un texto borroso hay y una página en blanco,
un silencio atronador de amontonamiento sin nombres
y una débil convulsión inútil, como temblor desarbolado
de ansias derrocadas y lujurias marchitas.
Sobre mis días, sobre mis horas, una calima densa, extenuante,
el sabor a polvo, monótono y tenaz, de mueble antiguo;
y también, quizás, el aire enmohecido de los salones muertos,
de alcobas ya desalojadas por sus dueños hace ya años
me acompaña, y la tierra áspera que estrujo entre mis manos,
¡oh, tiempo!
en mañanas que no quiero despertarme,
en tardes de relojes somnolientos y estériles
y noches abrumadas sin peso ni medida;
¡oh, sí! como una turbia postración en el centro de mi celda,
mi presidio, mi desierto, abandonado,
cuando ya no hago preguntas
y no busco respuestas.
Pero, de pronto, en verdad: un impulso huracanado, un viento impetuoso
me arrebata, y una brisa cierta y un aire celeste y un vuelo de águila;
un derrumbe hay, un olvido sin término y una entrega confusa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario