olvidando lo indigno e inmerecido,
aquella otra mañana, en los inicios
del túnel, del horror de su condena.
La evoco ya de pie, en la despedida.
Y quise yo saber y pregunté,
y hubo una respuesta espeluznante
envuelta en sus palabras discretísimas.
Con ese toque suyo de elegancia
en todo, los andares y los gestos,
erguida, se alejó con su destino;
así, pausada, regia en el decoro,
se nos fue por las calles de Almería.
Y fue la última vez y lo sabía.
Quiero invocar, forzando mi vergüenza
- la estúpida vergüenza de los hombres -
y elevar una súplica pidiendo
a Aquel que triunfó del Sufrimiento,
para ti, que sufriste tu calvario,
Ortega Almansa, Mari Carmen siempre,
que nos mires ahora en Su Descanso.
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